Gellner es uno de los más perceptivos e interesantes de los analistas modernos de la sociedad islámica, que ha estudiado tanto como académico y de primera mano, haciendo estudios de campo. La sociedad musulmana, Condiciones de la libertad, Posmodernismo, razón y religión. Su lectura de la relación entre el Islam y la modernidad desafía algunos de las creencias comunes sobre la modernización y la modernidad.
Sus
análisis empiezan con un punto de partida familiar: en el Islam, a diferencia
de la distinción cristiana entre iglesia y estado, lo religioso y lo secular,
la ley canónica y la ley secular no se distinguen fácilmente.
Toda
ley es ley religiosa, los juristas son igualmente teólogos y viceversa, la ley
religiosa “define el ordenamiento apropiado de la sociedad” en su conjunto.
No
solamente es que no hay distinción entre iglesia y Estado, es que no hay
iglesia, ni sacerdocio ni clero.
Lo
que hay sin embargo son eruditos religiosos, los teólogos- juristas conocidos
como ulema, cualificados para proporcionar guía a los fieles y también
para resolver asuntos legales.
En
principio, sin embargo, cualquier creyente capaz de leer (no de recibir a
través de otro) la palabra del profeta es religiosamente autosuficiente.
Si
uno deja de lado su tratamiento de las mujeres (como Gellner hace a través de
toda su obra, y que más de uno le ha recordado), el Islam es la más igualitaria
de las religiones monoteístas.
En
otras palabras, y como Gellner, con un uso extensivo de la metáfora, prefiere
decir a veces, el Islam es la más protestante de las grandes religiones.
Para
Gellner, en el Islam también se pueden distinguir una versión protestante en el
sentido genérico de la fe a menudo un lucha con la versión no protestante.
Pero
mientras que en la cristiandad la tradición central es la no protestante (es
decir, es jerárquica, con una burocracia extendida, le gustan y promueve los
rituales, y consagra la necesidad de una clase especial de mediadores con lo
divino, el sacerdocio) mientras la versión protestante es relativamente
periférica y heterodoxa, en el Islam el caso es al contrario.
Y
este para Gellner es uno de los hechos más importantes y que marca la
diferencia sociológica del Islam.
La
versión protestante del Islam es lo que el llama Islam Alto.
En
sus propias palabras, el Islam alto es practicado por doctos urbanos, a menudo
reclutados entre la burguesía comercial (que suele combinar el estudio con el
comercio), y refleja los gustos naturales y los valores de las clases medias
urbanas .
estos
valores incluyen el orden, la observancia de la regla, la sobriedad y el
estudio.
Contienen
una aversión a la histeria y al exceso emotivo, así como al uso inmoderado de
la asistencia audiovisual en la religión.
El
alto Islam acentúa la naturaleza severamente monoteísta y nomocrática del
Islam, es consciente de la prohibición de aspirara a la mediación entre dios y
el hombre, y se orienta generalmente hacia el puritanismo y el escrituralismo.
De
manera obvia, este estilo religioso del Islam Alto se basa totalmente en la
alfabetización, y casa por tanto bastante mal con la mayoría de la población
analfabeta de las sociedades preindustriales.
Ibn
Jaldún.
En
la historia del Islam, por tanto, las necesidades de las masas de la población
eran servida por un estilo muy diferente del Islam, que gellner llama Islam
bajo.
Este
es el Islam de los místicos sufíes, de los morabitos magrebíes, de los
derviches, y sobre todo de los cultos de loso santos vivientes, que gellner
conoció de primera mano gracias a su trabajo de campo entre bereberes en el
Alto Atlas.
Los
santos vivientes, (que a menudo basan su posición en que son descendientes del
profeta), florecieron en las áreas rurales de la sociedad musulmana, allí donde
la estructura social era tribal, y mayormente se dedicaban a la mediación entre
tribus, manteniendo la paz entre ellas y proporcionando servicios de
religiosidad durkheimiana, basada en la ceremonia y en los marcadores
espacio-temporales: cosechas, pastos, rebaños, derechos de noviazgo,
facilidades de comercio al vincularse con las peregrinaciones, etc..
Este
Islam bajo está (o mejor dicho, y anticipo, estaba) en directa contraposición
con el Islam Alto en muchos aspectos.
“acentúa
la magia más que el estudio: si conoce la alfabetización, es principalmente en
el uso de la escritura con propósitos mágicos más que como una herramienta de
erudición.
Es
espiritualmente no igualitario, ya que se basa en la mediación con lo divino a
través de personajes santos, y además vivos, y que además pasan a sus
descendientes su santidad.
Está
orientado más hacia las personas que hacia las escrituras.
Tampoco
es puritano –y por eso puede satisfacer las necesidades no solo de las tribus
rurales, sino también de los desposeídos de las ciudades, desarraigados e
inseguros, que requieren una forma de religión basada en la consolación y el
escapismo y con ayudas audiovisuales de la fe, en forma de música, danzas,
intoxicación.
Para
los miembros de las tribus, por tanto, el Islam bajo o popular proporciona una
religión durkheimana que expresa y refuerza el orden social; para las masas
urbanas , una especie de opio del pueblos marxista.
Vemos
pues que Islam alto e Islam bajo, dos estilos dintintos de la misma religión se
relacionan de manera clara con las posiciones dentro de la estructura social.
Pero
por mucho que puedan diferir Islam alto e Islam bajo, es muy importante notar
que, a pesar de las tensiones, no había una distinción total (ni oposición) entre los dos.
(esta
es una diferencia importante a la relación entre las corrientes principal y
disidente del cristianismo, el protestantismo y el catolicismo).
La
burguesía urbana de las sociedades musulmanas no estaba totalmente a salvo de
las tentaciones de la versión popular del Islam: en cuanto a los tribales,
reconocía la superioreidad de la versión alta, o alfabetizada, de la fe,
incluso cuando no pudieran o no estuvieran dispuestos a practicarla punto por
punto, ya que no casaba totalmente con su situación.
El
culto de los santos, de hecho, proporcionaba el simbolismo por medio del cual
los analbabetos rústicos podían identificarse con una religión escrituralista y
les permitía identificarse completamente y apasionadamente con la tradición
religiosa central.
A
pesar de esto, la diferencia entre el Islam alto y el Islam bajo es muy
importante a la hora de comprender la historia política del Islam.
El
típico gobernante musulmán era un autocrata.
Tenían
poco que temer de la burguesía urbana, que normalmente no poseía armas y
políticamente tenían poco poder.
Como
encarnación y cabeza de los fieles, se encontraba bajo la obligación de
obedecer y reforzar la ley religiosa, según la enunciaban los juristas-teólogos
(los ulama, que ni que decir tiene, practicaban la mayoría el Islam alto: de
hecho eran sus máximos exponentes); Si no observaba la ley religiosa, los ulema
le podían condenar, pero no podían, en la práctica, controlarle.
Su
posición como los guardianes reconocidos de la fe les confería una legitimidad
y un estatus que impedía que el gobernante los eliminara.
Por
tanto, el gobernante o gobernantes no estaban del todo perfectamente seguros,
de hecho todo lo contrario.
Fuera
de las áreas urbanas, el típico sistema político musulmán esta típicamente
habitado por tribus (armadas, cohesionadas por vínculos familiares, guerreras,
y de hecho, fuera del control del gobernante.
Además,
incluso si sus prácticas religiosas eran sospechosas desde el punto de vista
del Islam Alto, ellos reconocían su autoridad, y podían responder a una llamada
a la insurrección de ulema, de líderes religiosos urbano que estuvieran
descontentos con los gobernantes.
Lo
que el gobernante más temía por tanto, era una alianza de líderes religiosos
urbanos y tribus armadas, deseosas de hacer la guerra al gobernante en nombre
de la pureza religiosa.
Tal
es la bases de lo que gellnere llama la tipica circulación de las élites en el
mundo musulmnan, que fue descrita y es en la que se basa gellner, por el gran
filósofo historiador y estadista del siglo catorce (y héroe de gellner) ibn
jaldún.
En
esta circulación de élites eran de echo las tribus las que proporcionaban el
personal político.
Cada
dinastía quedaba establecida por una tribu o tribus que invadían la ciudad
desde el campo en una ola de celo religioso, pero que a su debido tiempo se
volvía corrupta y laxa como la anterior fragmentada por querellas internas, y
volvía a ser reemplazada por otro conjunto de tribus invasoras.
Este
sistema político no era el único que se daba en el Islam premoderno (los
otomanos, por ejemplo, establecieron una dinastía autocrática, que fue bastante
estable y duradera), pero era, según gellner, la norma en la llamada zona
árida, desde el atlántico hasta el pamir.
Este
era pues el modelo en el Islam tradicional, un modelo reconocido por ibn
jaldún, y también por Engels.
Tan
alto, que tienes que buscar mediadores. Buscas tantos mediadores que no tienes
sentido de lo trascenente. Espíritu es fuerte y la carne social es débil.
Pero
todo esto cambia de manera radical con la llegada de la modernidad.
Hay
dos factores que son particularmente importantes: el primero es que, gracias a
la moderna tecnología, los gobernantes de los estados musulmanes pueden
controlar efectivamente ahora sus territorios, urbanos y rurales, que antes
solo controlaban nominalmente.
La
centralización política, por tanto, como rasgo fundamental de la modernidad.
En
la medida en que la centralización se hace efectiva, los gobernantes dejan de
temer razonablemente a las tribus potencialmente insurgentes.
Y
con la domesticación de las tribus, los santos vivientes, los principales
portadores del Islam popular, también van perdiendo su función.
La
garantía de la paz ha sido tomada ahora por el estado central, y así ha perdido
la versión popular del Islam de una parte importante de su base social.
El
segundo factor importante que surge de la llegada de la modernidad es que le ha
planteado, de manera urgente e imperiosa, el problema de “ponerse al día”.
Como
el resto de las civilizaciones no occidentales, el Islam tiene que afrontar el
desarrollo de la sociedad industrial occidental y la apabullante superioridad
de occidente en cuanto a riqueza y poder militar.
Normalmente,
las civilizaciones no occidentales han sido con una elección poco amable:
abandonar sus propias tradiciones y valores a favor de los occidentales o
permanecer más débiles que occidente y quedar a su merced.
Este
es el dilema que ha enfrentado en tantas partes del mundo a modernizadores y
populistas, y que en muchos casos se salda con una exaltación de las supuestas
virtudes de lo local mientras en la práctica se intenta emular a occidente.
Pues
bien, la opinión de Gellner es que enfrentado a este dilema, la sociedad
musulmana se encuentra en una excelente posición para evitarlo.
Puede
afrontar la modernidad simplemente purificándose, es decir, abrazando de manera
completa la versión alta alfabetizada del Islam, el Islam alto, a expensas del
Islam bajo, popular, que además puede ser responsabilizado por el atraso de sus
sociedades y que, además, ha perdido en gran medida su base social.
Así
pues, nada de adoptar los valores seculares de occidente: no hay necesidad, hay
una tradición cultural lo suficientemente prestigiosa como para evitarlo.
Por
tanto, la Gran Tradición del Islam es modernizable y la operación puede
presentarse no como una concesión ante los extranjeros, sino como la
continuación y finalización de un viejo diálogo dentro del Islam entre el
centro ortodoxo y el error desviante.
Además,
La noción de un movimiento purificador es bastante familiar en la tradición
islámica: ahora el reformismo está mejor situado que nunca para tener éxito.
El
reformismo rigorista (que en Occidente llamamos fundamentalismo islámico) es,
según Gellner, la visión que ha conquistado el mundo musulmán.
Se
equivocan de medio a medio los observadores occidentales que ven el
fundamentalismo como una forma extrema de tradicionalismo: para la gran masa de
musulmanes, representa un abandono de las formas tradicionales:
velo
El
reformismo o el fundamentalismo es conocido en occidente fundamentalmente por
su hostilidad a Occidente.
Sin
embargo, no es Occidente el principal enemigo, sino el enemigo interno de la
versión popular del Islam, con sus prácticas sospechosas denunciadas por los
puristas como superstición.
En
las condiciones modernas el péndulo se ha quedado en una parte.
Gellner
argumenta no solo que el fundamentalismo o el Islam reformista es una reacción
comprensible al impacto de la modernidad, sino que también es una bastante
apropiada, en la medida en el Islam alto ortodoxo, que es el que se busca
universalizar y reforzar, es una fe particularmente apropiada para la
modernidad.
Según
Gellner, una sociedad moderna es una en la cual una alta cultura literaria se
ha hecho universal, y se hace universal porque la modernidad, sobre todo la
economía moderna, lo requiere.
El
Islam reformista proporciona precisamente esta cultura alta universalizada y
desempeña un papel funcionalmente equivalente al del nacionalismo en otras
partes: esta es una de las razones del bajo poder del nacionalismo en el mundo
árabe-musulmán.
De
hecho, el reformismo islámico y el nacionalismo coexistieron durante cierto
tiempo e incluso se superponían unos a otros, pero ahora el fundamentalismo
prevalece.
El
contenido específico del Islam alto casa bien con la modernización, hay una
afinidad electiva, en virtud en su naturaleza “protestante”, su igualitarismo,
sobriedad, hostilidad a la magia, puritanismo, disciplina, y su énfasis en lo
escrito, su monoteísmo estricto...
Pero
lo curioso es que a pesar de esta afinidad electiva, las sociedades musulmanes
por lo general, no han tenido un éxito económicamente rotundo.
Interpretada
de esta manera, la conexión weberiana entre racionalidad y éxito económico
constituye un problema.
¿por
qué la racionalidad moderna, productiva y organizativa no irrumpió en el mundo
entre la burguesía urbana musulmana? El hecho de que el mundo moderno,
industrial, acumulativo, no emergiera de la matriz del Islam tal vez se
explique en términos de la estructura política general de los estados
musulmanes: la burguesía se sentía demasiado amenazada por las tribus rurales
como para asegurar la independencia o participar en el gobierno por sí misma.
En
una palabra, la burguesía prefería las extorsiones del sultán al pillaje
tribal.
Lo
curioso es que, sin embargo, cuando llegó la modernidad y las tribus quedaron
controladas, la burguesía seguía sin mostrar los buenos resultados económicos
que cabría esperar, si es que las tesis weberianas acerca del vínculo entre
angustia puritana y efectividad económica eran válidas.
Gellner
avanza una hipótesis para explicar esto, y es que a pesar de la modernidad
general del Islam alto (unitarismo, escasa peso de la magia, igualitarismo,
divinidad distante), el hecho es que no es demasiado moderno, o tan moderno en
otro aspecto como el protestantismo europeo.
El
hecho es que el Islam no deifica el mundo terrenal: el objeto de culto sigue
siendo totalmente ajeno y trascendente.
La
vida cotidiana está muy regulada en el Islam, pero sigue conservando su condición
de mundana y profana.
Lo
sagrado y lo profano siguen estando totalmente separados.
El
Islam domina y regula la vida cotidiana sin por ello sacralizarla y, muy
especialmente, sin sacralizar la vida económica.
Los
asuntos mundanos y los extratemporales, por lo menos en lo económico, quedan
separados.
Una
de las críticas (y empiezo por las críticas al modelo) que se le ha hecho a
esta hipótesis es que precisamente la comparación entre el Islam alto y el
cristianismo protestante es bastante parcial: a pesar de ser consciente de las
diferencias entre los dos, no acentúa las diferencias suficientemente.
En
particular, Gellner no le concede la importancia debida a la ética del guerrero
en la sociedad musulmana,
Weber
argumenta que una condición necesaria del éxito de Mahoma y del Islam, fue que
se acomodó a los valores guerreros de las tribus beduinas que conquistó es
nombre del Islam, y especialmente de los jefes guerreros que los dirigían en la
batalla.
En
opinión de Weber, una nobleza guerrera de esta naturaleza no se siente
naturalmente atraída por una religión profética, al menos que la virtud y las
recompensas se orienten hacia el guerrero que lucha por la causa de la
religión, es decir si no concede al guerrero y sus valores un papel preeminente.
Y
este fue precisamente el camino tomado por el Islam en su periodo formativo: su
objetivo central fue la subyugación de los no creyentes a la autoridad de los
fieles.
El
Islam le da al concepto de guerra santa un lugar central, a diferencia de otras
grandes religiones.
Esto
se mantiene, por lo menos de manera retórica, en el reformismo musulmán
contemporáneo.
La
elevación de las virtudes guerreras tiene un reverso, muy significativo, pero
no subrayado por Gellner, que es la denigración de lo que se pueden llamar las
virtudes económicas.
Las
ocupaciones vistas como honorables eran las militares, políticas y religiosas.
Las
virtudes militares de la disciplina y la obediencia se valoraban y se valoran
más que las de la empresa y la iniciativa.
Por
supuesto, estos valores antieconómicos son característicos de las aristocracias
guerreas a través de la historia y en muchas culturas, no son un producto del
Islam como tal.
De
hecho su dominación puede parecer sorprendente, en vista de los vínculos
sociales notados por Gellner y por otro entre los ulema y las clases urbanas
comerciales.
A
pesar de estos vínculos, sin embargo, parece, que a diferencia del
protestantismo ascético, el islam alto no estableció o no pudo establecer una
contraética poderosa frente a la de la clase guerrera gobernante.
Quizá
la razón se encuentre en la fuerza y la codificación de la ética guerrea
dentro del propio Islam, lo que causa que la ideología religiosa no lo pueda
combatir.
Además,
como Weber y Gellner nos han enseñado bien, la inversión económica y el
desarrollo dependen no solo de las motivaciones no económicas de los agentes
económicos, sino de un ambiente político y legal apropiado.
No
hay muchas razones para utilizar el éxito económico a la búsqueda de más éxito
económico y lo que no uno puede esperar de eso es que la propiedad se la quede
la clase político militar.
En
lugar de eso, es más rentable utilizar el éxito económico para asegurarse un
acceso a la clase político militar.
En
suma, la seguridad de la propiedad y el imperio de la ley son también
esenciales para el progreso económico.
Y
uno puede argumentar que el estado islámico y la ley islámica no son propicios
para ello.
Gellner
a menudo cita, divertido, la definición de estado de ibn jaldún, como aquella organización
que impide la injusticia que ella misma no comete.
Quizás
la definición debería ser tomada seriamente: se ajusta a unos estados mejor que
a toros, y se puede argumentar que cuanto más se ajusta, peor son las
perspectivas económicas para ese estado.
Por
supuesto la definición de jaldún estaba basada en su propia experiencia.
El
estado tradicional islámico era notablemente autocrático y arbitrario, que es
la razón por la que weber utiliza el término sultanismo para designar el
patrimonialismo autocrático en el gobierno.
Gellner
mismo lo califica de estado ladrón, dirigido para el beneficio de un grupo
dominante.
Otra
vez, la arbitrariedad de la elite político militar tiene un reveso, y es el de
la debilidad política de la clase comercial.
Además
de la baja consideración de los valores comerciales, y en consonancia con ello,
se añade su debilidad política, comentada por Gellner y también analizada
siglos atrás por Jaldún.
Pero
lo que no hace Gellner es extraer consecuencias de ello relevantes para el
éxito económico de la burguesía musulmana, que es el tema que estamos tratando.
Tan
débiles y fragmentados políticamente estaban los comerciantes y los productores
económicos que puede que sea un error llamarlos una clase.
El
contraste con la burguesía occidental es aquí llamativo y si fue subrayado por
weber.
Ya
en la edad media, la burguesía europea era lo suficientemente fuere como para
haber logrado un grado importante de poder político ejercido a través de
instituciones políticas representativas, lo que a su vez explica por qué existe
mucha más seguridad de propiedad y un mayor respeto por el imperio de la ley
por parte de las autoridades políticas en Europa occidental que en los estados
islámicos.
Tampoco
es que, según Gellner, el estado musulmán moderno sea muy diferente en este
aspecto que sus predecesores, si hemos de seguir a Gellner, ya que caracteriza
su estilo político como clientelista y rapaz, añadiendo que esta naturaleza de
las cosas se acepta como normal en la sociedad musulmana y no son muchos los
que lo resienten con fervor.
Como
dice Gellner: la bien asentada constitución religiosa de la sociedad
proporciona reglas para la vida diaria, pero no un plan para la organización
del poder.
Este
vacío lo llena sin ninguna protesta la política clientelista.
La
ley impera en los detalles de la vida cotidiana, pero no en las instituciones
de poder.
Quizá
haya una moraleja aquí, que Gellner se abstiene de sacar, y es que quizá la
sociedad civil sea un elemento más integral de la modernidad de lo que Gellner
piensa, y desde luego más necesario para el desarrollo de una economía moderna.
La
naturaleza de la ley en los países musulmanes que es muy ineficaz a la hora de
controlar el poder político, pero muy eficaz como medio de control social,
merece también algo más de comentario, ya que tiene su relevancia para la
modernidad y para la modernización.
Se
puede argumentar que la eficacia social de la ley en cuanto control social es
aspecto tan negativo a este respecto como lo es su ineficacia política.
Mucha
cultura y muy poca política.
La
ley de la sociedad musulmana es como señala Gellner, fundamentalmente ley
islámica, con lo que se quiere implicar la no separación de lo religioso y lo
secular.
Los
que guardaban y manifestaban la ley eran los ulema, que eran a la vez juristas
y teólogos.
Gellner
por supuesto es muy consciente de esto, pero no extrae la consecuencia obvia,
la del marcado conservadurismo, y tradicionalismo, de la ley musulmana y su
sociedad.
El
mismo nombre de la mayoría ortodoxa del los musulmanes, sunni, connota su
veneración de la costumbre, la tradición.
Según
Bernard Lewis, en árabe innovación ‘bida, es más o menos el equivalente el
Islam del concepto cristiano de herejía.
En
fechas muy tempranas el cuerpo religioso musulmán se declaró completo y se puso
fin a la interpretación creativa de los textos sagrados.
Por
tanto la ley era final y por tanto quedaba sin poder modificarse.
Por
supuesto, la realidad es que según aparecían problemas nuevos también había que
interpretar y dictaminar de manera nueva, pero lo que se desarrolló en cambio
fue el sistema de fatwas, donde una fatua es una opinión legal autorizada que
puede ser emanada por cualquier miembro acreditado de cualquiera de las
diferentes escuelas jurídicas, todas reconocidas e igualmente ortodoxas.
La
consecuencia por tanto no es que el desarrollo legal cesara por completo, sino
que como observó Weber, no se podría desarrollar un sistema de legislación
racional.
Como
consecuencia, Un sistema como este no puede llevar a la claridad legal y a la
predictabilidad requerida por la modernidad, especialmente en la esfera
económica.
Estas
consideraciones ponen bastante en duda la tesis de Gellner de la especial
afinidad del Islam con la modernidad, lo que dice realmente es que es la más.
No
es por tanto tan sorprendente, ni es una refutación de Weber, que el Islam no
abriera el camino hacia la modernidad.
En
cuanto a la relación entre modernidad y el reformismo musulmán contemporáneo,
perry anderson le recordó, que (despues de decir que el Islam es menos
igualitario de lo que g piensa, si no nos olvidamos de las mujeres), le recordó
a Gellner decía que
Pasaba
por alto el hecho obvio de que precisamente porque el Islam es una religión
tradicional está condenada a quedar desacreditada por el contacto con la
ciencia moderna y el consumo de masas.
Una
histeria intercontinental por la blasfemia no expresa una congruencia inusual
con la modernidad, sino un miedo patológico a ella.
Con
buenas razones: no habrá indulto especial para el corán.
Aun
así sigue siendo valido el juicio de Gellner de que por el momento, y contra
todas las expectativas de la tesis de la secularización, hay una fe que
entrando en contacto con el mundo industrial, no solamente ha resistido, sino
que posiblemente se haya hecho más fuerte.
Si
esto va a seguir siendo así, y si se debe a la especial doctrina del Islam, una
vez que la modernidad le permite concentrarse más en la letra y menos en la
ceremonia, queda por decir la ultima palabra.
El
Islam bajo de los santos se corresponde con una sociedad particularista; el
Islam alto de los eruditos y legisladores define una sociedad de masas anónima
y móvil, producto de las condiciones modernas.
Si
su predominancia en el conjunto de la sociedad conducirá a una modernización
sin occidentalización, o incluso contra la occidentalización, queda por verse,
también.
De
todas formas, el valor del trabajo de Gellner es su amplitud, en todo caso su
ambición es construir modelos generales.
Otro
tipo de críticas que se le ha hecho a Gellner, tiene que ver con la cuestión de
si su modelo se aplica a la realidad histórica.
Aquí
quien más a destacado es Sami Zubaida, en un artículo en la revista Economy
and society (1995)
En
este artículo También ha sido acusado de Orientalismo (y por E. Said). Otras críticas incluyen su mala interpretación
del fenómeno islamista moderno, que no tiene nada que ver con nada del pasado.
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